"EL UNO GRANDE". Los cadetes desfilaban siguiendo los acordes de la banda, entonaban al unísono una letra muy sentida para los Gendarmes, y para la gente de armas de la patria. Marcando el paso cantaban “El Uno Grande” (YOUTUBE), marcha militar que aporta sonoro impulso, tanto en acordes como en prosa, a los centinelas firmes y siempre alertas, tal como dice su letra.





Luego de más de tres décadas de carrera, volver a entrar al instituto que a uno lo formó profesionalmente crea en piel una serie de sensaciones cargadas de nostalgia, y sin siquiera advertir aparecen cientos de recuerdos acumulados vaya a saber uno dónde, racionalmente se dirá que es en mente, o por ahí cerca, pero cómo es que la piel se expresa con esos recuerdos, cómo es que el cuerpo experimenta viejos estremecimientos, cómo es que al instante surgen olores e imágenes de hace treinta años.

Si uno se detiene en cualquier parte de la Escuela de Gendarmería, oirá entre los árboles el gorjeo de las palomas, habrá un zorzal que canta y salta a otro poste, a lo lejos se sentirá el grito del escondido tero; se verán formaciones de cadetes impecablemente vestidos y marchando al ritmo del unísono taco, se escucharán órdenes lanzadas en voz alta como si estuvieran alejados unos de otros, del polígono provendrán detonaciones en secuencia, es un coro de sonidos idénticos a aquella época de cadete, como si el pasado de alguna manera se hiciera presente, al menos en sensaciones, es igual para los aspirantes.
Pareciera que los recuerdos no solo son inmanentes, sino que también provienen desde afuera, como que el cuerpo es un péndulo que recorre entre dos extremos: la memoria aferrada al pasado y las sensaciones que hacen vibrar el presente.
Todo parece solo recuerdos, todo también parece actual, en constante vaivén contradictorio, porque el espejo no engaña, muestra algunas arrugas, canas o calvicie, y como el péndulo siempre se está yendo, y es uno mismo, es inevitable la melancolía.

Que uno recuerde en sensaciones la historia es porque ha sido protagonista, pero hay otras historias que también se sienten, a pesar de que se la ha conocido solo en textos, la conexión entre ambas es dónde se anclan esos recuerdos.
Hacia fines de noviembre y principios de diciembre se concentran las ceremonias castrenses de egresos tanto de cursos regulares como de las promociones de oficiales y suboficiales. Para esas fechas el Instituto se luce, todo ordenado y limpio, hasta las macetas se alinean bajo criterios geométricos, en cada espacio se advierte el orden, como mandato de disciplina, de verticalidad, de rigurosidad marcial.

Varios fuimos invitados a uno de estos actos, que convocan a uniformados, autoridades, civiles, familiares y docentes, todos acudimos para testimoniar la culminación de un ciclo y el comienzo de otro, o talvez siempre es comienzo, talvez cada egreso de gendarmes es un reinicio hacia objetivos nuevos, marchando rumbo hacia metas que la praxis diaria demanda la mejor preparación académica de quienes irán a cumplir con una misión.
La formación estaba pronta a adoptar su dispositivo para el acto. La banda se encontraba en su posición, al centro de la formación. Mientras los invitados eran gentilmente ubicados en sus lugares del palco, inesperadamente sonaron los redoblantes, tambores y trompetas, y todos nos paramos y prestamos formal atención, dirigimos nuestro cuerpo y mirada hacia las tropas que empezaban a ingresar a la plaza de armas.

Los cadetes desfilaban siguiendo los acordes de la banda, entonaban al unísono una letra muy sentida para los gendarmes, y para la gente de armas de la patria. Marcando el paso cantaban “El Uno Grande”, marcha militar que aporta sonoro impulso, tanto en acordes como en prosa, a los centinelas firmes y siempre alertas, tal como dice su letra.
Un Comandante Mayor, visiblemente emocionado, quizas porque lo trazan viejos recuerdos, y conservando aún su recia postura, y talvez como estrategia para salirse de un trance incómodo, ensayó un discurso breve como si estuviera dando instrucción, para quienes estábamos cerca, y nos dijo: “dos hechos nos recuerdan esta música castrense.

Esta marcha militar fue entonada cuando el primer contingente de gendarmes partiera hacia Saenz Peña, territorio nacional del Chaco en aquel entonces, cuando el Escuadrón número 1 de la Gendarmería iniciaba su despliegue para cumplir con un mandato de la patria. No es casual relacionar las partidas de las tropas con

El Uno Grande, porque aquel Escuadrón fue la primera unidad grande, la que iniciaba la historia de la Gendarmería, la que hoy la podemos ver, sentir, disfrutar y tenemos el deber de continuar, para que otras generaciones tomen la posta que dicta la letra: “centinela siempre firme y alerta". Hoy aquí egresarán oficiales formados profesionalmente para cumplir con una misión, irán a forjar el yunque desde el cual seguirán moldeando la patria, como una tarea incesante, como una labor que no acaba, que siempre comienza, es que la grandeza de una institución es una construcción que se detenga, debe ser de continuo crecimiento, se debe ser siempre el Uno Grande, la unidad grande entre las grandes”.
Este Oficial Superior había concentrado la atención de varios, incluso de algunos civiles que estaban cerca. Lo escuchábamos con respeto y en silencio. Como música de fondo aún sonaba la banda, y los cadetes seguían cantando las estrofas de la marcha militar.
Entonces siguió con el segundo hecho recordado: “el otro acontecimiento sucedió cuando las tropas argentinas habían sido tomadas como prisioneras, cuando embarcaban en un buque inglés. Las formaciones que avanzaban en fila, que caminaban cabizbajos, abatidos, adoloridos por la derrota y por haber sido doblegados a condición de prisioneros, ahí, sin siquiera planificar, comienzan a cantar “El uno grande”. Los ingleses se dan cuenta que algo cantaban los argentinos, y que eso les había cambiado el semblante, empezaron a andar erguidos, hasta hacían ademanes con los brazos y los puños cerrados, entonces les ordenan callar, pero no lo hicieron.

Parte de la letra les recordaba la defensa de Buenos Aires contra las invasiones inglesas, por acción de los Patricios. En algún punto, aún derrotados, les quedaba el orgullo proveniente de la heroicidad de sus antepasados, de nuestra historia. ¡Cómo no sentir la historia,

La historia en la que fuimos partícipes, como la que encierra esta Escuela en la que iniciamos nuestras carreras! ¡Claro que se siente la historia consagrada en los primeros gendarmes, quienes con su dedicación, esfuerzo y entrega iniciaron una grandeza llamada Gendarmería Nacional! La historia en ser un “uno”, como unidad que nuclea la diversidad y la convierte en una comunidad, en algo común, en una unidad, con el objetivo en constituir la patria grande.

Ya ven, el Uno Grande marca hitos en nuestra historia, y los gendarmes somos celosos custodios de hitos, como fronteras infranqueables ante el avance de todo aquello que es extranjero, que es extraño, ajeno a la subordinación, al valor y al sacrificio, en aras del bien común que busca la patria”.
Los cadetes, con un coordinado “derecha deré” terminaban de posicionarse en la formación. El maestro de banda cerraba su último movimiento al compás de los redoblantes que callaban. Nosotros, gendarmes con más de treinta años de servicio, sentimos en piel la historia, la propia y la que provenía de heroicos antepasados.

El silencio fue solemne, los recuerdos aturdían desde adentro, y también desde afuera, todo estaba conectado, aquel Escuadrón 1, Malvinas, las defensas de Buenos Aires, el egreso de los oficiales, esa es la magia de una acto castrense y de la marcha militar “El Uno Grande”, de hacernos vibrar con los sonoros clarines, que llegan hasta los confines del monte, del llano, la cierra y también de la Escuela de Gendarmería Nacional, General Don Martín Miguel de Güemes, lugar donde se anclan buenos recuerdos.

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