La batalla de MBORORE. Más de 10.000 soldados, armados con toda clase de elementos, se aprestaron a defender su tierra; centenares de canoas y hasta una balsa artillada, formaban parte del EJÉRCITO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. SOLDADOS DE LOYOLA. Por Felix Luna

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Hay batallas que sólo sirven para entretener a historiadores. Pero hay otras que fueron realmente importantes y a veces no son las más difundidas. Por ejemplo la batalla de Mbororé, que nadie recuerda hoy y sin embargo ha sido la mas trascendente acción bélica de nuestra historia puesto que impidió que la actual Mesopotamia argentina fuera hoy territorio brasileño.

No es reprochable que no queden memorias de esta acción. Ocurrió hace más de tres siglos y los contendientes fueron habitantes de dos imperios ya olvidados: por un lado los guaraníes que vivían en las reducciones jesuitas en lo que hoy es Paraguay, Misiones y Corrientes, una verdadera nación con leyes, idioma y economía propios. Los otros protagonistas de la batalla de Mbororé fueron los bandeirantes, aventureros que tenían su centro de acción en Sao Paulo y eran una mezcla de portugueses, mestizos e indios tupíes, verdaderos piratas de la tierra, desacatados de toda autoridad y profesantes de un vago cristianismo sincretizado con toda clase de supersticiones. Agrupados libremente en compañías o "bandeiras", tal como los bucaneros del Caribe, incursionaban sobre las misiones de la Compañía de Jesús en busca de esclavos. Pues los jesuitas habían enseñado a sus neófitos a profesar toda suerte de oficios, pero eran indefensos como corderos.

Desde 1620 en adelante los avances de las "bandeiras" se hicieron tan atrevidos que los hijos de SAN IGNACIO DE LOYOLA prefirieron abandonar algunas de sus reducciones y trasladar poblaciones enteras antes que seguir exponiéndose a esos ataques. Sabían que era necesario rogar a Dios pero también dar con el mazo... Los jerarcas de la orden deliberaron, pues, en Buenos Aires, y firmemente resolvieron defenderse. Trasládase a varios jesuitas que habían sido MILITARES antes de ordenarse sacerdotes y les encomendaron la organización castrense de los guaraníes. Luego obtuvieron que el rey de España levantara la prohibición que vedaba a los indios el manejo de armas de fuego.

Adquirieron todos los artefactos bélicos disponibles y, no desdeñando los recursos espirituales, consiguieron del Papa un Breve que fulminaba con excomunión a todo cristiano que cazara indios. Pero cuando el jesuita que portaba el documento papal lo difundió en Soa. Paulo corrió peligro de ser linchado: una de las industrias paulistas era, precisamente, la caza de guaraníes para proveer mano de obra gratuita a los ingenios y fazendas de la región.

A fines de 1640 los jesuitas tuvieron evidencias de una nueva incursión de bandeirantes más numerosa que las anteriores. Apresuradamente concentraron a sus bisoños soldados y maniobraron hasta esperar a los paulistas en el punto de Mbororé, en la actual provincia de Misiones, sobre la ribera derecha del Alto Uruguay. Más de 10.000 soldados armados con toda clase de elementos se aprestaron a defender su tierra; centenares de canoas y hasta una balsa artillada formaban parte del EJÉRCITO DE LA COMPAÑIA DE JESUS.

Los portugueses venían en 300 canoas y estaban tan acostumbrados a arrear sin lucha a los pacíficos guaraníes, que no tomaron las mínimas previsiones aconsejables. Unas oportunas bajantes del río que naturalmente los religiosos certificaron como ayuda providencial contribuyeron a desordenar a los invasores.

El 11 de marzo de 1641 los soldados de Loyola empezaron a arrollar a los bandeirantes: la batalla duró cinco días. El ingenio jesuita había provisto a sus discípulos de armas tan curiosos como una catapulta que arrojaba troncos ardientes. Finalmente, los paulistas debieron huir desordenadamente por la tupida selva. Anduvieron diez días arrastrando a sus heridos y enterrando a sus muertos.

Pero los jesuitas estaban resueltos a terminar con la cuestión paulista. El día de Viernes Santo, mientras los derrotados oraban por su salvación, los guaraníes dieron cuenta de los últimos restos de la bandeira. Los contados sobrevivientes, acosados por las fieras, los indios caníbales y la selva, tardaron un alto y medio en regresar a Sao Paulo. Fue un escarmiento definitivo. No hubo más bandeirantes sobre el imperio jesuítico, que desarrolló desde entonces todo su hermético esplendor.

Si no hubiera sido por esa batalla curiosamente anfibia, con varias etapas en el río y otras en la selva, el avance portugués se habría extendido infaliblemente sobre Misiones, Corrientes y hasta Entre Ríos, y el mismo Paraguay no se hubiera salvado de la anexión. Así de pequeñas son las causas que colorean en definitiva los mapas de los continentes. La olvidada y remota batalla de Mbororé salvó esa vasta comarca que seria más ancha si la diplomacia portuguesa y su sucesora, la de Brasil, no hubieran avanzado al estilo bandeirante sobre nuestro noreste.

Pero no hubo guaraníes valerosos ni jesuitas decididos para oponerse a esta acción. Y en cambio sobró imprevisión e incapacidad para dejar perder esa parte de la herencia nacional. (Ver Los Jesuitas en América)

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