CUERPO SOCORRO ARGENTINO. Frustración. Colaboración del Cte Pr (R) Jorge Atilio Oliva Barros.
Frustración.
En la fría mañana de agosto, mientras pienso en el desempeño de nuestra
Fuerza Aérea en Malvinas, trotando suavemente, parto con destino al barrio de
Palermo para hacer un trámite. Regresaré del mismo modo. Siempre por la
bicisenda. Son sólo 20 cuadras.
Mientras espero que el semáforo nos habilite el paso, en el cruce de dos
avenidas observo a un joven de unos 18 años que, abrigado con una camperita
sencilla, se persigna y, con una actitud muy respetuosa, aprovechando los pocos
minutos en que el tráfico se detiene, corre media cuadra entre los autos y saludando
a todos con una sonrisa, trata de que le reciban una estampita con un moñito hecho
con cinta de papel de regalo. La gente, indiferente, en su mayoría lo ignora. Unos
pocos lo miran y lo ayudan. El joven se apresura antes de que el semáforo habilite el paso a los vehículos, y vuelve a correr
entre ellos retirando las estampitas. Lo observo, y comienzo a valorar su
entusiasmo y su sonrisa esperanzada. No avanzo. Me quedo unos minutos mirándolo.
Incansable, continúa con la misma actitud, con los mismos resultados. No recibe
muchos billetes ni muchas miradas. Pero él insiste con persignarse, correr con
sus estampitas y con su sonrisa.
Sigo viaje, pensando en que ese joven necesita apoyo, un estímulo que le
dé más fuerzas. Que alguien le diga que no afloje con su actitud ante la vida.
Cumplido mi trámite, desando el camino, yendo hacia un parque cercano para
seguir corriendo. Completo mis vueltas, estiro, hago mis flexiones y ejercicios
de fuerza, y comienzo a regresar. Es mediodía. Me espera una buena ducha, un
almuerzo tranquilo y a responder mensajes en el celular. Mientras corro complacido
por el buen momento, me acuerdo del joven. Ya han pasado unas 2 horas desde que
lo vi cuando iba a Palermo. Decido desviarme para ir a verlo. Y allí está, con
la misma actitud. Sigue trotando. Yo corro por pasión. Él, por necesidad.
Mientras lo observo, quisiera hablarle, pero no se detiene. Cuando el semáforo
le da un respiro, espera en la vereda de enfrente. Él no sabe de mis intenciones
de saludarlo y entregarle alguna ayuda. Pero alguien me enseñó que más que dar
dinero, es más provechoso enseñar a pescar o ayudar a alimentarse bien mientras
ese alguien se esfuerza, lo que nutre en todo sentido. Y entonces regreso por
donde venía y entro en la rotisería donde compramos siempre: “¡Hola Sofía!...
quiero llevar 4 empanadas de carne, bien calentitas, por favor”. Con ese tesoro
parto hacia el cruce de las avenidas. Los 100 metros me encuentran corriendo como
un niño, expectante de hacer algo bueno por un semejante. Rápidamente llego
hasta la esquina. El tráfico, incesante, cruza la ciudad y se pierde en el horizonte.
Busco con entusiasmo…pero no veo a mi amigo desconocido. Con preocupación miro
hacia los 4 costados y camino ansioso, buscando a ese campeón para expresarle
mi respeto. Pero…se acaba de ir. Voy más allá. Regreso. Lo busco. Miro y miro. No
lo encuentro. Acaricio el pequeño paquete con las empanadas caseras y
calentitas. Lo acerco a mi corazón. Ellas me transmiten un tremendo calor de
hogar. El tibio sol aparece de a ratos. En la esquina, los autos pisan una
estampita que ha quedado en el suelo. Ya no siento frío. solo, frustración.
Jorge Atilio
Oliva Barros
Baden-Powell fue nombrado caballero en 1909 por el rey Eduardo VII. Más tarde, en 1929, fue nombrado barón por el rey Jorge V, convirtiéndose en Lord Baden-Powell. También fue nombrado jefe scout mundial en el primer Jamboree internacional de Boy Scouts en 1920.
Comentarios
Publicar un comentario